martes, 18 de mayo de 2010

La Vida y la Universidad

La Vida y la Universidad


La Juventud siempre ha necesitado una razón que motive sus vidas: el orgullo en sí mismos es esa razón, pues produce una increíble felicidad independiente y permite experimentar la libertad verdadera.


Un joven racional y libre debe:

· Definir valores racionales propios y actuar en base a ellos

· Desprenderse de los hilos de la costumbre

· No aferrarse a lo seguro como si fuese lo único

· No exigir derechos que no haya merecido

· No llevar a cabo acciones por necesidad

· No iniciar violencia física contra otro ser humano (directa o indirectamente) y,

· No ser cómplice ni abusar del poder


Cada etapa de nuestras vidas tiene un inicio lleno de dudas y de miedos, sentimientos estos que nos producen por un momento una sensación de inseguridad. Pero son, nuestra necesidad de superación y nuestras ganas indetenibles las que nos convierten en aventureros y las que nos empujan a enfrentar todos los obstáculos que en ellas podamos encontrar. Por supuesto que, además de esa necesidad individual, característica propia de nuestra naturaleza de humanos, existen otras fuerzas, otros apoyos que nos acompañan en cada paso que damos y en cada batalla que enfrentamos: la familia y los amigos.

Es la convivencia con la familia, la de hogar, la de día a día la que contribuye con la formación de nuestra personalidad, de nuestra educación y de nuestros valores, todo ello en nuestra etapa de crecimiento. Sin embargo, todo ser humano racional se enfrenta en algún momento de su vida a una etapa en la que es capaz de identificar lo bueno o lo malo que pueda aportar la convivencia familiar para su vida. No es necesariamente entonces esta convivencia la que determina su personalidad, ni su educación, y mucho menos, los valores que asume como propios y conductores de su comportamiento, sino sus decisiones en base a su capacidad para razonar.

Son los amigos, los verdaderos amigos, aquellos quienes con su sinceridad nos demuestran su fidelidad, aquellos que más que estar con nosotros en lo malo forman parte de lo bueno, que nos transmiten conocimiento, que son capaces aportar a nuestras vidas enseñanzas reales, con verdadero valor; porque la amistad no es algo de un ratico, no es algo que surge de la noche a la mañana y mucho menos es una relación más entre seres humanos como cualquier otra; la amistad es un valor, un valor que requiere toda nuestra dedicación, requiere responsabilidad y necesita a “la verdad” como ley de tal relación.

La amistad y la familia deben conjugarse, para beneficio de la familia, porque como cualquiera de los otros existentes grupos sociales, la familia no debe ser vista como un ente con derechos “divinos”, ni mucho menos con derechos propios. La familia es una relación interpersonal que necesita ser construida con una base sólida de valores.

Pero más que las relaciones interpersonales, más que la vida en “sociedad” y más que la existencia de los demás, son nuestras propias necesidades, nuestra valentía y nuestra voluntad las que determinan de qué forma nos enfrentamos a cada etapa en nuestra finita vida.

La Universidad es una de estas etapas, la cual requiere madurez, responsabilidad y una clara definición de qué es lo que queremos ser académica y profesionalmente. Para ello, es necesario antes descubrir aquello qué nos gusta hacer, aquello que, en el triunfo y en el fracaso de nuestras metas nos haga igualmente feliz. El éxito no se mide en base a resultados positivos, porque normalmente estos resultados dependen de otros factores o de otros actores ajenos que con sus decisiones o acciones pueden frustrar tal resultado. Tal es el caso del niño que juega un partido de ping pong contra otro compañero de clases en medio de una prueba de Educación Física: es igualmente probable que gane a que pierda. Si cada vez que gane será profundamente feliz y cada vez que pierda será inmensamente infeliz, entonces nunca será un buen jugador. Si en cambio, cada vez que juegue, gane o pierda, reconoce que dio lo mejor de sí mismo para hacerse con el triunfo aunque no lo logre, su felicidad dependerá de su comportamiento y no de resultados ni de otros actores. Será entonces su felicidad y no la de otros. Si algo puedo asegurarles con total convicción es que, quien busca la felicidad en resultados o la subordina a otras personas, seguramente será muy infeliz.

Para escoger una carrera universitaria y para cursarla, una persona debe tener la respuesta a ciertas interrogantes en base a:

· Situación: ¿Qué me gusta hacer?

· Decisión y Acción: ¿Cómo elijo hacerlo?

· Resultado: ¿Por qué quiero hacerlo?


Situación:

No es precisamente lo que "produzca más dinero", o nos permita "viajar y conocer más lugares", o tenga "mayor reconocimiento" o sea más útil para la “sociedad” ni mucho menos "lo que la mayoría hace" lo que determina qué o cual cosa nos gusta hacer. Son nuestras experiencias y nuestra capacidad para identificar aquello en lo cual nos desempeñamos sin obligación y no por necesidad. En estos tiempos, un porcentaje alto de bachilleres forman parte de las aulas universitarias (y muy especialmente en la Universidad de los Andes donde me formé académicamente), no porque estén estudiando lo que les guste, sino porque lograron entrar (ésta fue mi experiencia y en ese momento una razón suficiente para continuar, cuando escasamente sabía lo que era la razón). En situaciones como esta, es donde necesariamente debemos contar con una clara respuesta al ¿Qué me gusta hacer? y nadie más que nosotros mismos somos los que debemos responderla. Pocas personas tienen la capacidad invaluable de renunciar a aquello que lograron alcanzar sólo porque no les produce felicidad y, nosotros los jóvenes poco a poco perdemos esa capacidad de riesgo y nos dejamos guiar por los canales de la costumbre.


Decisión y Acción:

Durante nuestra vida debemos estar conscientes de que nos enfrentaremos a momentos incómodos, a situaciones que nos van a frustrar, que nos inquietarán, y muy probablemente, nos harán dudar. Para poder enfrentar estas adversidades será necesario que seamos capaces de asumir la responsabilidad sobre nuestras acciones. En la Universidad normalmente solemos culpar a figuras como “el profesor” o “el compañero” entre otros, y utilizamos excusas como “el ambiente” “poco tiempo” u “otras materias” entre otras. Es cierto que el sistema universitario está burocratizado, es cierto que, siendo los estudiantes la razón de ser de la universidad, es el personal fijo de la universidad (los profesores para ser más preciso) quien cuenta con más privilegios que estos primeros y, más aún, con una exaltada autonomía más parecida a libertinaje (sirva esto como crítica constructiva para las Universidades). Es en estos momentos donde se hace necesario responder al ¿Cómo elijo hacerlo?. Sí es “la sociedad”, “mis padres”, “la costumbre” o “los demás” lo que determina nuestras acciones, o si es “el profesor”, “el compañero”, “el tiempo”, “la burocracia” o “la materia” lo que nos sirve como motivo para no asumir nuestras responsabilidades, entonces seremos profesionales sólo cuando todos estos desaparezcan del ámbito universitario o de nuestras vidas. Siendo así, estaremos asegurando que nuestra dedicación y nuestro empeño están subordinados a las acciones de estos factores y actores. Si algo me atrevo a aconsejarles en situaciones como esta es: No renuncien a sus responsabilidades y mucho menos permitan que el poder abuse de ustedes ni que la costumbre decida por ustedes. Quien no defiende sus derechos está insinuando que no los tiene.


Resultado:

Si vamos a iniciar o ya estamos experimentando cualquier etapa de nuestras vidas, y en especial, la etapa universitaria, es indispensable que conozcamos el método bajo el cual nosotros mismos evaluaremos nuestros resultados. Algunos deciden cursar carreras porque son “fáciles”, porque son “cortas”, porque son “lo que sus padres siempre quisieron” o porque son “útiles para la sociedad”. Son estas personas quienes miden el resultado en base a factores cómo: “sacar buenas notas”, “darles la alegría a sus padres” o “contribuir con la sociedad”. En consecuencia, esto les traerá los mismos resultados que el niño que juega ping pong para ganar: si no saca buenas calificaciones no es bueno, si no da la alegría a sus padres no lo hizo bien y si no contribuye con la sociedad no es útil. En conclusión, esta persona sólo será feliz si el resultado de sus acciones es positivo o si es como los demás esperan que sea sin importar cómo se comportó para lograr sus objetivos. En consecuencia: nunca será bueno. En este nivel, y convencido totalmente les puedo asegurar que: Si no eres el mejor pero te sientes orgulloso de cada calificación que alcanzaste, si no lo haces por los demás sino por interés propio y, si no lo haces por necesidad sino porque tal acción representa tu porvenir y tu método de producción y sustento, entonces siempre serás bueno. El resultado de esto: La felicidad.



Conclusión:

Vivimos en un planeta con mucha personas, compartimos espacios y momentos con muchas de esas personas y esto no significa que todas nos tengan que importar ni que nosotros tengamos que importarles. Mucho menos significa que tengamos que tomar nuestras decisiones pensando en ellos ni ellos en nosotros, ni tampoco que ellos sean la razón de nuestro comportamiento ni nosotros el del suyo. Somos uno entre tantos millones y nuestro éxito y nuestro sustento no puede ser visto como un problema de los demás. No sabemos con certeza cual es la razón de nuestra existencia, pero de lo que si podemos estar completamente seguros es de que, no estamos aquí para servir a los demás. El que existamos tantos en el mundo representa únicamente una oportunidad para relacionarnos interpersonalmente. De estas relaciones se nutren tanto la evolución como el intercambio comercial. Tampoco contamos con una forma automática de producción que nos permita vivir sin trabajar. Claramente no existe una razón de existencia pero, si los creyentes necesitan una razón válida para vivir aquí se las dejo: la vida es finita y la conciencia de esa finitud dicen los filósofos y lo comparto, es la razón que nos lleva a reflexionar sobre cuál es nuestro sentido de estar en el mundo. Como no contamos con un una forma de sustento automática, todo lo que desee el ser humano debe buscarlo o producirlo. Es esta la respuesta al por qué no existimos para servir a los demás. Si así fuera, nuestra felicidad dependería de lo que los demás sean capaces de darnos y la de ellos dependería de lo que nosotros les demos. Una vida así nos llenaría de una completa infelicidad y nos daría razón para no querer existir. La buena voluntad del ser humano no tiene porque ser una imposición. La forma en la que se relaciona con los demás no tiene que ser condicionada por eternidades ilógicas ni formas de vida no probadas. El ser humano con su capacidad única para razonar es capaz de identificar de qué manera debe relacionarse con otros para su beneficio. Con tal libertad y si fuese respetada por todos, no sería necesario la amenaza de una paila de castigo en la cual arderá el hombre que no piense en el porvenir de los demás. Lo único de lo cual debe estar consciente un ser humano que respete el derecho a la vida es que, las acciones que lleve a cabo para alcanzar sus objetivos no tienen por qué perjudicar a otros. Debe entonces respetar el derecho a la vida, no debe iniciar violencia física contra otro de forma directa o indirecta a menos que sea en defensa propia y, más aún, debe reconocer y respetar la propiedad privada como un derecho universal de las personas.

La vida no es más que nuestra única oportunidad para hacer un sinfín de cosas, compartir con un sinnúmero de personas y una razón para ser felices: con nosotros mismos.


José Miguel Pérez Gechele

Lic. en Administración de Empresas

Universidad de Los Andes

Mérida - Venezuela